Zequi dice:

No se vayan sin dejar sus comentarios o los atormentaré...

jueves, 21 de agosto de 2014

BELLEZA (EPISODIO I) La Suerte De La Sirena






 No encontraba una revista que no le repugnara en demasía como para pasar el rato. Solo chimentos y según lo que él pensaba ciencia barata de tabloide. ¿A quien le importaba si la gente que posee pileta tiene un 2% menos de estrés? ¿O que los alimentos con azúcar son mas sanos que los que tienen edulcorantes? ¿No debería el sentido común cubrir esas bases? Amelia tampoco leía pero por razones diferentes. Sentada a su lado con las manos constriñéndose entre ellas, miraba el suelo como si fuere a pegarle mordidas violentas y repetidas. El ya sabía que no tenia ni que tocar a la mujer cuando se hallaba de esa manera. De nada hubiera servido preguntarle si estaba bien o tratar de calmarla. Tampoco le habría permitido que tratara de disuadirla de no operarse. Iba a extrañar esa giba en su nariz que tanta personalidad le daba a la que de otra forma quizás hubiera sido una mujer demasiado perfecta, con esa piel que parecía leche apenas pintada con unas gotas de un vino rojo y lujurioso en sus mejillas. El pelo negro azabache de una yegua árabe, que no importaba si peinaba o no, por que siempre lucia para una fiesta. Entraron al consultorio juntos pero ella parecía empequeñecerse ante la puerta mientras cruzaba el umbral. El doctor Rory Arpello no parecía el mismo que había conocido Gabriel en la universidad. Su piel era casi gris y lejos habían quedado los tiempos en que se resquebrajaba escuálido en su caminata. Ahora estaba enorme. Tanto que su camisa XL aun le quedaba ajustada. Y para entonar con semejante derroche muscular se había operado la barbilla para parecer, según el, mas varonil. Pero Gabriel pensaba en realidad que eso parecía un segundo trasero, en la cara. Peor, al mirarlo a los ojos, el mayor cambio de todos se le hizo evidente: ya no era una persona feliz. El matrimonio se había enterado de la tragedia de la esposa del doctor. Una extraña enfermedad se la había llevado ante los ojos de su impotente marido. Y el pobre cirujano plástico había recurrido a adoptar una niña que le recordaba a su amor, para nunca olvidarla. Una niña que además era cuadripléjica y muda. Y todo esto se le veía en la cara. Una vez que traspusieron la puerta Gabriel lo abrazó.



Me enteré... lo siento mucho.


Si... Bien! Cuéntenme. ¿Ya se decidieron?



La joven abrió la boca grande para hablar como si se tratara de un atrevimiento mientras alternaba su mirada a ambos.



Si, me la voy a sacar... ¿Cuándo se puede hacer? Porque tengo un desfile en primavera y...


Se puede hacer en unas tres semanas. Pero hay otra opción. Se puede compartir quirófano. Como la tuya es una cirugía relativamente simple podemos juntarte con una chica que tiene que hacerse unas prótesis y los costos bajarían considerablemente. Creo que es una de tus chicas justamente... Marcela?


¿Mar? ¿Que se va a hacer Mar?


Se va a poner implantes mamarios pequeños.



La mujer miró a su compañero y por lo bajo le acotó: “ Es tablita”.



¿Que les parece si las junto a las dos para arreglar los últimos detalles? ¿El martes les parece bien?



El martes estaba lloviendo. Se veía el cielo como regado de malos sentimientos que se le caían de las manos. Ambas chicas estaban desconfiadas en reflejo del mismo clima. Se apropicuaban e intercambiaban opiniones secretas, mientras, el doctor había prometido traer las prótesis que se usarían en Marcela. Las encontró cuchicheando como dos adolescentes y se detuvo en seco como si lo hubieran golpeado en las bruces. Como para disimular su lapsus trató de mover el foco:



¿Como obtuviste tu giba, Amelia?


Uhmm... – la tomó completamente desprevenida y no pudo esconder su incomodidad – si... de chica mi hermana golpeó el vaso con el que estaba tomando. Me dolió por un par de semanas. Y cuando sanó, quedó así.


Pobre hermana... que feo debe ser tener tu rencor...



Las dos jóvenes no supieron como tomar su comentario. Esperaban una risa o quizás un “estoy bromeando” que nunca llegó. Por eso Marcela tuvo que descomprimir



¿Esos son los implantes? ¡Que raros!


Son una nueva tecnología para darles un peso mas natural una caída mas creíble.¿ Ves como se mueven? No son como gelatina. Imita la carne. Y te aseguro que no flotan en el agua como las demás.



Sin duda eran diferentes. Parecían un racimo de frutas redondas y trasparentes dentro de una bolsa de gelatina. Pero sin duda para Marcela se sentían muy naturales. Hizo un gesto de gusto cuando las tocó. Y luego las posó en su pecho y las sacudió como una bailarina de salsa. Amelia respondió con una carcajada.


En cuanto a ti: así vas a quedar. Cuando termine, para evitar que se inflame el hueso, vas a tener este pequeño implante en el tabique que le va a dar fortaleza a la nariz. Se fija con este pegamento especial.



El supuesto pegamento se parecía mucho al material que flotaba en los futuros pechos de su amiga. Tenían incluso el mismo color. “Cosas de cirujano, son todas iguales” se dijo. Mientras se entusiasmaban con su futura apariencia entró la secretaria del doctor.



Doctor, ya trajeron a su hija...


¡Ay! Yo quiero conocerla.


S... si... como no. De todas formas ya terminamos – un inmenso pudor se reflejaba en su rostro.



Cuando la institutriz de la niña penetró la habitación el aire se tornó enrarecido. El doctor la miró como queriendo decirle algo. Mientras se acercaba a ella, con cara de mal dormida y le espetaba algún reclamo casi homicida en “secreto”, Amelia no pudo evitar notar el parecido de la niña con la difunta esposa del cirujano. Era casi un calco. Tanto que se quedó embelesada hasta que el doctor le pinchó la burbuja.



Bien, como les dije terminamos. Las acompaño. Yo tengo que salir. Jazmín se queda aquí con la señora Parroquei.



Y mientras, todos dejaban rezagada a Amelia que se quedó por un instante sola con la ausente niña en el consultorio. Allí afuera la institutriz se deshacía en explicaciones casi persiguiendo al médico. Mientras la joven miraba los ojos esmeralda de la desvalida niña, muda, parapléjica, intempestivamente esta casi saltó de su silla para tomarla del hombro con rostro suplicante



Duele aquí, Amelia. Duele.





Continuará...

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jueves, 14 de agosto de 2014

MALDAD






Mi madre solía horrorizarse con las injusticias. “¡Si no fuera cristiana!..” se indignaba. También tenía algunas ideas bastante locas sobre el castigo. A veces me preguntaba: “¿Sabes cuál seria el peor castigo para alguien malo?”. Yo la miraba sin saber muy bien que debería responder para complacerla, yo siempre trataba de complacerla. Incluso un día estábamos hablando de cine, Pero de repente no aguanté más y le pregunté: “¿Cuál es, mami? ¿Cuál es el peor castigo para alguien malo?”.

La noche que sucedió todo yo estaba en este rincón desde el principio. Pero no me vieron. En mi lugar hicieron de rehén a la chica al lado mio. Mientras la oía gritar me invadía una sequedad en todo mi ser. Estaba ansioso por algo. Una urgencia, una necesidad... sed. La vista me quemaba y entonces no pude evitar mirarlos a los ojos. Debí prever que el primero en caer seria el jefe. Tenia a la chica encañonada en la cabeza y al ver mis ojos un torrente de lágrimas bañaron su rostro tan súbitamente que parecía estar derritiéndose. Al parecer lo mismo pasó con su vejiga. Y ni siquiera lograba sollozar con normalidad mientras soltaba el arma y quedaba arrodillado en el suelo. Lo siguieron sus compañeros. “Catatónicos” eso fue lo que le pude sacar al médico que los llevó a la guardia. Y al parecer jamas volverían a hablar... ni a moverse. Todos pensaban que fue una sobredosis pero yo sabia lo que había sucedido en realidad. “¿Cuál es el peor castigo para alguien malo, mami?”. Decidí no volver a la casa esa noche. Por alguna razón busqué un hotel lo mas mugriento que se pudiera y dormí allí. Tampoco llamé. ¿Saben? Mi padre tampoco se ocupó de mi madre y de mi. Supongo que es de familia. Cuando mi mamá le fue a decir que estaba embarazada solo le tiró una tarjeta platinum sobre la mesa y le dijo que se sirviera de lo que quisiera, pero que el no tenia tiempo para nosotros. Claro; porque era el investigador mas importante del mundo: “el Ojo”. Un mujer mas orgullosa no hubiera aceptado la tarjeta. Pero gracias a ella a mi no me faltó nada nunca. Con frecuencia me hablaba con amargura de él: “ “No tengo tiempo para esto” me dijo el muy cínico. Pero sí tuvo tiempo para acostarse conmigo... ¡Ay! ¡Que digo!... no debería hablar así delante de mi nene”. La noche después del asalto al banco salí a caminar por la ciudad tratando de recordar la mirada que le puse a los ladrones. Y la primera persona con la que lo logré fue la chica que había salvado en el robo. Si, me la crucé de casualidad, pero no me reconoció hasta que vió el color de mis ojos. Ella no cayó de rodillas, sino solo se largó a llorar desconsoladamente. Lloraba tanto que temí que se fuera a deshidratar. Tuve que dejarla a su suerte esta vez. Seguía resonando en mis oídos la pregunta de mamá. Es que no lograba recordar la respuesta que me había dado cuando le pregunté. Pero logré mantener esa mirada. La mirada que causaba en la gente... lo que sea que eso fuere. Se me cruzó un niño de la calle y no pude evitar mirarlo. Pero solo se quedó embelesado unos momentos. Me sonrió y siguió su camino. Por fin recordé la respuesta de mamá: “Quitarles su maldad, hijito. Yo creo que si le amputas la maldad a alguien malvado ya no tiene como defenderse. Quedaría completamente indefenso ante las cosas que ha hecho y pensado… ¿no te parece?”. En ese momento pude entender completamente lo que me decía... pero ¿por que lo había olvidado?¿Acaso sabias algo del color de mis ojos, mamá?

A partir de aquella noche mi mirada no cambió mas. La gente se desvanecía en un mar de lágrimas a mi paso. La mayoría solo lloran desconsoladamente algunos días. Otros no vuelven a ser los mismos. Algunos mas quedan inservibles de por vida y solo unos pocos no resisten la amputación, lloran sangre hasta morir. Es raro ver que la mayoría de los niños no reaccionan, alguno que otro derrama una lágrima. Pero mis ojos se han vuelto tan fuertes que todos tienen que mirar, de una forma o de otra.

Ayer finalmente regresé a casa. Me sorprendió muchísimo ver a mi mujer llorar sangre hasta morir luego de que le pregunté lo mismo que le pregunto a todos: “¿Sabes cual es el peor castigo para alguien malo?”. Pero mi real preocupación era el pequeño niño que me llamaba desde su cuna. Me acerqué y lo alcé para mirar esos ojos rojos como los mios. Y agradecí no ser como mi padre. Vamos a hacer de este un mundo mejor, mi vida, tu y yo. Cuando la policía llegue estoy seguro que entenderán que no fue mi culpa. Por supuesto, si alguno de ellos queda en pié.

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